martes, 30 de agosto de 2011


I wanna make love to you 25 horas al día me parecen pocas si tenemos en cuenta todo lo que te pienso, y su compensación y equilibrio hacia el desgaste. Eres como la nicotina: primero tentadora, luego adictiva, y posteriormente mortal. Te parecerá bonito.
No me beses si no es en la boca. No me abraces si no es desnudos. No sueñes más sobre mi cama si no es para arrancarme la ropa a mordiscos. No tiembles tan cerca, si no es de placer.
Muérdeme las pestañas y aráñame el alma. Ciérrame la boca de todas las formas que sepas.
No me cuesta confesar que cada vez que te veo, no se qué hacer con el arma que tengo cargada entre las piernas.

Me sabes a whisky y tabaco, los poros de mi piel tatúan las paredes de este bar cuando me miras. Por si quieres venirte, tengo una habitación hecha de inseguridades, y mi cama a medida de tus caderas. Vivo solo a la luz de las farolas de estas calles donde me dejo la saliva a falta de besos, donde la luna aúlla gemidos de corazones rotos que suenan igual que las botellas estampándose contra el suelo de nuestro baile de máscaras. Acostumbro a cerrar heridas con alcohol de cubata, a secar lágrimas con el fondo de este vaso y sus dos hielos, a firmar armisticios con caricias pasajeras que desaparecen cuando en el reloj nos dan las ocho. Me emociono con Sabina, con el último semáforo en rojo que cruzas aun sin saber por qué, con este mono de ti que se diluye en mi sangre casi más rápido que la heroína sin heroe de todos los putos cuentos de hadas que nada tienen que ver con este mundo. Tengo un billete hacia ningún lugar, y un montón de trenes que coger y que arrancan vacíos de la estación, dejando tras de sí un vapor que huele a silencio, soledad y ausencia, que sabe, más que éste último cigarro, a despedida.