lunes, 29 de agosto de 2011


Te despertaría metiéndote la mano en el pantalón del pijama para decirte que es la hora de contar estrellas, para decirte que lo más bonito está durmiendo en mi cama. Te ataría para descubrir cada rincón de tu cuerpo, te lo haría como dos quinceañeros en celo que se han conocido a penas unas horas antes. Te contaría al oído que he soñado muchas veces contigo, tantas, que creo que nací para encontrarte. Mentiría si dijera que no te he buscado en otros cuerpos, que no soy adicto a la droga de tus poros, que soy capaz de soltarte y largarme por la puerta con la mejor de las sonrisas sabiendo que dejar atrás la república independiente de este reino sería un abismo. Echaría el pestillo, bajaría las persianas, y me pasaría el resto de mis días queriéndote como un loca, desquiciándome por el hecho de que nunca será suficiente. Te declararía mil y una batallas contra este colchón, sabiendo que no quiero que gane ninguno para que no acabe la guerra. Cerraría con tu saliva veintisiete heridas, trescientas sesenta y cinco resacas.
Correría de esquina a esquina, para decirte que tu ropa queda muy bien en el suelo de mi cuarto. Dejaría que esta pasión tan atroz como desatinada me desnudara, y caminaría agarrándote hasta la calle Felipe IV de Madrid, número 4 de tus caderas, para chillarle al oído a un montón de genios de las letras y filólogos que adjetivos como precioso, perfecto o increíble, se quedan cortos para ti.